lunes, 1 de abril de 2013

Capítulo 12.


-Gracias. – Alcancé a decir. Aún seguía perpleja e hipnotizada con su aroma de la chaqueta sobre mí.
-Creo que nos espera una larga noche… -Dijo.

¿Nos espera? ¿A qué se refería?

-Sigo insistiendo en que creo que lo mejor es que te vayas. Yo estaré bien en mi querido columpio.
-Bueno, bueno. Insistes tanto que pareces que quiere que me vaya.

¡¿QUÉ?! No, para nada era eso. Ni mucho menos, todo lo contrario.

-No. No quiero que te vayas. – Tenía nervios, muchos nervios, pero conseguí controlarlos.
-Entonces, déjame quedarme contigo.

Está bien. Casi me juega una mala pasada el intentar ser educada. No pienso negarme más, si es lo que quiere, es lo que hará.

Silencio. De nuevo nos invadía. La noche ya estaba muy entrada. No tenía reloj ni móvil para mirar la hora.

Pensaba. Parecía que no sabía hacer otra cosa nada más que pensar mientras miraba las estrellas.

Niall estaba cerrando poco a poco los ojos. Era precioso. Aún durmiendo estaba increíblemente bueno.

Algo se me pasó de repente por la cabeza: Mis padres. Ellos salían, pero vendrían a dormir a casa…

Les diría que me quedé a casa de Amy o Sophie a dormir. Sí, era lo mejor.

Continuaba mirando a Niall. Me podría quedar así horas y horas… ¿Quién me iba a decir que terminaría viéndole dormir? Empezaba a acurrucarse y parecía tener frío. Su blanquecina piel lo decía.

Avisté las hamacas que estaban ahí para que la gente de la playa las alquilase. El hombre que las vigilaba no estaba por ahí, y desde luego, dudaba que viniese en toda la noche.

Ahí por lo menos, estaríamos más cómodos.

Me levanté y tras echarle una sonrisa a su rostro dormido, decidí despertarle.

-Niall, despierta. Niall, ¡vamos!
-¿Ya es de día? – Tras resistirse, sus ojos color azul se abrieron.
-No, aún queda un rato para que amanezca.
-¿Entonces?
-Estaremos más cómodos en las hamacas. Vamos.

Niall con los ojos entrecerrados comenzó a andar hacia las hamacas. Yo seguía con su chaqueta puesta. Me quedaba algo grande, pero por nada del mundo me la quitaría.

Llegamos y nos pusimos en dos hamacas, las cuales estaban bastante juntas por no decir pegadas.

-¡Oh, sí! – Exclamó Niall. –Esto es mucho mejor…

“Lo es” pensé yo sin querer. El estaba boca arriba estirándose todo lo que podía. Intentándose tapar del frío veraniego que hacía. Cerró los ojos de nuevo. Yo, sin embargo, me apoyé sobre mi lado izquierdo del cuerpo, metiendo mis manos juntas bajo mi cabeza y encogiendo las piernas. Le miraba. Le observaba. Esa sensación que me pateaba el estómago era muy rara. ¿Enserio me estaba pasando esto?

Quien debería de estar en esta situación es mi hermana, no yo… Sin embargo, el destino demuestra que es caprichoso, y que quería que Niall y yo pasásemos esa noche juntos.

-¿Tienes frío? – Susurré.
-No, tranquila. – Dijo adormilado.

Me quité la chaqueta.

-Ten.
-No, enserio.
-Que sí. No tengo frío, de verdad.
-¿Cómo no vas a tener frío? – Niall se incorporó.

Acercó de un tirón mi hamaca hacia la suya, aun que fue algo difícil por la arena. Ahora sí que estaban juntas.

-Ven, acércate.

Niall daba pequeños golpecitos en su parte de la hamaca.  

Mi subconsciente me traicionaba de nuevo. Ahora, se manifestaba en forma de hadita delante de mis ojos, y encima, me decía lo contrario. “¿Se puede saber qué haces? Es tu cuñado, el novio de tu hermana. ¿Quieres irte a tu casa y alejarte de él? Sabes lo que conllevará esto, lo sabes muy bien. Quien juega con fuego se termina quemando” ¡Vete! Malditas alucinaciones. Siempre he tenido demasiada imaginación, pero jamás pensé que hasta el punto de imaginarme una hadita diciéndome lo que tenía o lo que no tenía que hacer.

Me acerqué a Niall despacio.

-Vamos mujer, no como.

¡Ay querido! Si lo hicieses…

-Lo sé. – Reí.

Metió su mano entre mi enredado pelo y empujó mi cabeza hacia él. Hasta llegar a su torso. Después, pasó su chaqueta vaquera sobre nosotros. ¡Dios Santo! Esto parecía un sueño…

-Ahora intenta descansar. – Me dijo. – Aun que se que no es el mejor sitio para hacerlo… Buenas noches, fea.

Mi mirada iba hacia sus labios. Esos labios rosados y tan besables… Sí. Los besaría. Los cogería y no los soltaría. ¡Y encima me llama fea…!

Escuchando el latido de su corazón y tras costarme unos cuantos minutos, cerré los ojos. Disfruté, simplemente.

~

-Jovencitos. Jovencitos.

Alguien estaba agitando mi pierna.

-¡Oigan!

Un grito de un hombre de unos sesenta y muchos años, pelo canoso y algo alborotado, ropa algo sucia y grande, me despertó. Me incorporé rápidamente y me le encontré al pie de la hamaca.

-¿Se puede saber que hacen? – El hombre parecía cabreado. Sería el que se encargaba de vigilar las hamacas.
-Yo… lo siento… - Intenté disculparme
-Las veladas nocturnas se hacen en otro lado.
-Oh, no señor. Esto no es lo que parece. Nosotros…
-¡Sólo contaban estrellas! – Contestó sarcástico el hombre.
-¿Qué ocurre? – El dormilón parecía dar señales de vida.
-Niall… es mejor que nos vayamos. – Le dije.
-Sí parejita, es mejor que se marchen. – El hombre me dio la razón.

Nos levantamos. Le pedimos mil y una disculpas a aquel señor que parecía realmente enfadado, pero no, no nos hizo caso. Niall, siendo algo amable, le ofreció diez euros, cosa que el desaliñado hombre no rechazó. 

De  nuevo me encontraba en frente del mar con Niall, caminando quien sabe donde por la arena, viendo mirando al oscuro fondo del paisaje. Ni rastro de los primeros rayos de sol. Qué noche más larga.

-¡Qué hombre! Se pensaba que tú y yo… - Dijo.

Niall dejó caer la frase. Lo dijo con ironía. De un modo que, sin querer, me dañó.

-¿Quieres venirte lo que queda de noche a dormir a mi casa? – Sugirió después de unos minutos de silencio.
-¿Estás loco?
 -Puede, pero son las cuatro y media de la mañana. Yo pienso dormir, y si puede ser en una cama.
-¿Enserio me estás invitando a dormir a tu casa?
-Claro, ¿qué tiene de malo?

¿Qué qué tiene de malo? Disculpa, rubito. Soy tu cuñada, 4 años y medio menor que tú. ¡¿Qué quieres que piense si me invitas a tu casa?!

-Creo que…
-Vamos.

El rubito de nuevo me interrumpió. Me cogió del brazo y comenzó a tirar de mí. No había quien le pudiese hacer cambiar de opinión.

Tras unos quince minutos luchando contra mí, consiguió que llegásemos a su manzana donde, pocos metros más allá llegamos a un edificio alto. Eso ya no eran casas con su jardín y sus escaleras. Eso ya eran pisos.

Entramos en el ascensor en el que nos pusimos uno en frente de otro. Yo, me debería de sentir arrepentida o con algún remordimiento de estar subiendo en el ascensor de mi cuñado a su casa, a ‘dormir’. Pero no. Ni rastro de ningún sentimiento de arrepentimiento. Al contrario. Me sentía satisfecha, feliz. Me sentía muy agusto, Más que nunca.

El ascensor se paró en el noveno piso. ¡Se fue a coger el más bajo!
-Mi casa estará un poco desordenada, perdona.
-Tranquilo…

Abrió la puerta. Un olor agradable a vainilla me rodeó. Esa casa era pequeña, pero estaba bien decorada.

-¿Vives solo? – Pregunté.
-Sí. Soy independiente.
-Ya veo…
-Es broma. Me independicé hace poco más de un mes.

Niall soltó las llaves encima de la mesa del salón. 

-Solo tengo una cama, el de la otra habitación lo estoy esperando.

¡Oh Dios mío! ¿Me estaba insinuando que nos acostásemos en la misma cama?

-Si quieres acuéstate ahí tú y yo duermo en el sofá. Es cómodo. –Continuó.
-No, no. Claro que no. Tu duerme en la cama, para eso es tu casa.
-No señorita, en la cama duerme usted.

Ya empezaba de nuevo con su cabezonería.

-No.
-Sí.
-No.
-¡SÍ!

Niall se acercó mucho a mí después de soltar ese monosílabo lleno de énfasis.

-Está… está bien. – Logré decir.

Sonrió. De nuevo mostraba su dentadura. Yo aún me quedaba mirándole. Él permanecía extrañado de que no me inmutase.

-Bueno… - Se decidió a decir al ver que seguía sin moverme.
-Sí, me voy a dormir…

Arrastraba los pies. Sin duda esa era una de las situaciones más extrañas que me había tocado vivir. Por unas llaves…

Pero, espera. ¿A dónde iba? No sabía cuál de todas era la habitación donde me tocaba dormir, todas las puertas estaban cerradas.

-Esto… Niall…

Me giré. Ahí estaba él. De nuevo excesivamente cerca de mí. A penas me sacaba unos siete centímetros de altura, pero eran los suficientes para que mi mirada se desviase para arriba.

-¿Sí? – Contestó el chico.
-¿Cuál…? – No me salían las palabras. Era imposible.
-Aquella. – Niall soltó una carcajada.
-Bien… -Sonreí y me di la vuelta para ir a mi habitación.

Esto no podía estar pasando…

Entré y dejé atrás a Niall. Sinceramente, me hubiera dado la vuelta y le hubiera besado. Pero, quise retirar la tentación y dejar de pensar en semejante idea…

Abrí un poco la cama y me miré en el espejo. ¿Cómo iba a dormir con ese vestido? Sería muy incómodo…

Miré el armario y pensé en abrirlo, pero no sabía si a Niall le molestaría… De nuevo tenía que enfrentarme a su irresistible mirada a la que la luz de la noche le ponía aún más encanto.

Abrí sigilosamente la puerta y me puse delante del sofá donde Niall ya estaba comenzando a abrir.

-¿Otra vez aquí? – El muchacho se sorprendió.
-¿Me prestas una camiseta tuya? Dormir con vestido es algo…
-¿Incómodo? – Siguió la frase.
-Exacto.

Niall pasó por mi lado dejando de nuevo un aroma varonil excitante.

Anduve detrás de él y observé como abrió el armario y rebuscó entre sus camisas y camisetas.

-Ten. Esta es la más larga que tengo. Ya sabes, para tapar…

Solté un par de carcajadas. Aquel chico tenía verdadero desparpajo.

-Gracias… - Agradecí. – Prometo no molestarte más.
-Tranquila.

Me dedicó una sonrisa y desapareció de la habitación.

Sonreía como una tonta. Como esas chicas enamoradas de las películas empalagosas. Como esas tías americanas que se vuelven locas por un chico con tableta y hombros anchos.

De nuevo aparecía un pinchacito en el estómago. De nuevo la hadita imaginaria se aparecía delante de mí.

-¿Otra vez tú?
-Pequeña _____, ¿Sabes lo que estás haciendo? Que estás en la casa del novio de tu hermana… ¡En su cama!
-¡Pero si ni si quiera está él en ella!
-¿Sabes cómo reaccionaría Anne si se entera de que estás en la cama de su novio mientras ella está en casa de su amiga?
-¡Shhh!

Parecía una idiota. Mandaba callar a algo que ni si quiera existía.

-Tú verás lo que haces. – Proseguía el bichito imaginario. – Pero yo te sigo avisando que te acabarás quemando. 


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